Panorama estratégico 2014
Tipo de material: TextoIdioma: Español Series IEEE.ESDetalles de publicación: Madrid Ministerio de Defensa 2014Edición: 2014Descripción: 207 Páginas 18 x 25 cmISBN: 978-84-9781-919-0Tema(s): AFRICA - CONTINENTE EMERGENTE | AFRICA, LUCES Y SOMBRAS | ALBA | AMERICA LATINA 2013 | BALI | CELAC | DINAMICAS INTERNAS Y EXTERNAS | DINAMICAS RELIGIOSAS | LA ALIANZA DEL PACIFICO | MERCOSUR | PERSPECTIVA ESTRATEGICA DEL MUNDO ACTUAL | SICA | UNASURClasificación CDD: 355.008 I/PE 2014 Recursos en línea: Haga clic para acceso en línea Resumen: Analizar los cambios internacionales del último año y apuntar las tendencias inmediatas, objetivo principal de Panorama estratégico desde su primera edición en 1996, puede parecer tarea fácil si se compara con el estudio de las grandes convulsiones del último siglo, como la Primera Guerra Mundial, de la que en este 2014 se cumple el primer centenario. Esta fecha, los 75 años del comienzo de la Segunda Guerra Mundial y los 25 años de la caída del muro de Berlín hacen de 2014 una oportunidad histórica para recordar lo mejor y lo peor del continente europeo, especialmente el milagro del proceso de construcción supranacional en el último medio siglo y las profundas divisiones que todavía existen para coronar ese proceso y superar definitivamente los fantasmas del pasado. A primera vista, es difícil encontrar algún paralelismo entre lo sucedido en los meses previos al asesinato del archiduque Fernando en Sarajevo el 28 de junio de 1914 y los hechos más destacados de 2013: el principio del fin de la crisis del euro, la guerra en Siria, el golpe en Egipto, el cambio de liderazgo y las nuevas reformas en China, los preocupantes bandazos del nuevo dirigente de Corea del Norte, las disputas territoriales en el mar de China Meridional, la dimisión de un papa, el tifón de Filipinas, la muerte de Hugo Chávez, la reelección de Merkel y de Netanyahu, la caída de Berlusconi, la recuperación de los mercados, viejos y nuevos conflictos armados en un África que dijo adiós a Mandela, la intervención francesa en Mali y la República Centroafricana con escasa ayuda internacional, el resurgimiento de la galaxia Al Qaeda en África y Oriente Medio,la continuación de movilizaciones ciudadanas contra sus Gobiernos desde Turquía a Brasil, pasando por Ucrania, o el conflicto entre libertad y seguridad —privacidad o protección de la comunidad— provocado por la filtración de documentos de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (NSA, en sus siglas en inglés). Aunque la comisión presidencial de Obama aconsejó reformas en el sistema de espionaje y un tribunal federal consideró «posiblemente inconstitucional» la grabación indiscriminada y sin autorización judicial de millones de llamadas telefónicas de estadounidenses, el Departamento de Justicia optó por recurrir cualquier fallo en contra y los responsables de la seguridad cerraron filas en defensa del sistema. Tras muchos de estos acontecimientos puntuales se divisan movimientos en fallas tectónicas o alianzas que parecían inmutables: entre el Vaticano y los conservadores tras la elección del papa Francisco, entre Ryad y Washington tras el pacto de los Estados Unidos con Irán, en la geopolítica energética por el aumento de la producción de fuentes alternativas a las de la OPEP y Rusia, entre los Estados Unidos y sus principales aliados por el uso abusivo de su sistema de espionaje y de seguridad. Tras las medidas de gracia y los nuevos atentados en Volgogrado en diciembre, el presidente ruso, Vladimir Putin, concentrado en salvar los Juegos Olímpicos de Sochi, reconoció en su mensaje de fin de año que el país «no puede seguir por esta senda», en referencia a la fuga masiva de capitales y al refugio de las fortunas más importantes del país en paraísos fiscales para no pagar impuestos. Las imágenes de caos en Irak, Siria, Líbano y otras partes del mundo árabe en el umbral entre 2013 y 2014 parecían anunciar el final de mapa regional diseñado en Sykes-Picot tras la Primera Guerra Mundial para Oriente Medio y una carrera acelerada por ocupar los vacíos de poder generados por la sacudida árabe y las nuevas prioridades estratégicas de los Estados Unidos en Asia-Pacífico. Si nos atenemos a la versión más antigua conocida sobre amigos y enemigos (el Arthashastra de Chanakya o Kautalya), con tantos enemigos comunes en Siria, Irak, Líbano, Afganistán o Yemen lo más sorprendente de la aproximación entre los Estados Unidos e Irán en 2013 es que hayan tardado tanto y no vayan todavía más lejos en su reconciliación. No hay medio ni dirigente con influencia, sin embargo, que no encuentre en los sucesos que desembocaron en la primera guerra total de la humanidad hace cien años similitudes, diferencias, luces y sombras dignas de tenerse en cuenta en el mundo de hoy. ¿Se está comprendiendo y respondiendo mejor que entonces al terrorismo y al nacionalismo? ¿Está Europa preparada para rupturas de algunos de sus Estados más antiguos, como, potencialmente, se asume en un referéndum como el de Escocia o el que pretenden los independentistas catalanes en España? ¿Estánatendiéndose de forma más responsable y eficaz para la seguridad y la estabilidad internacional las demandas crecientes de los ciudadanos de un liderazgo más democrático y transparente que el que todavía sufre una parte significativa de los habitantes del planeta? ¿Se está gestionando mejor, acaso, la sensación dominante en las nuevas generaciones de que los tiempos de bonanza económica apenas les compensan y son, en cambio, las principales víctimas cuando llegan la crisis y la austeridad? ¿Cómo sorprenderse de que muchos de ellos vean en la revolución tecnológica y en los nuevos medios de comunicación herramientas para desahogar su frustración contra quienes gobiernan, independientemente del régimen político? «Por encima de todo, en 1914 se había impuesto la opinión de que la explosión de nuevas tecnologías y una distribución muy desigual de la riqueza estaban transformando el viejo orden de un modo incontrolable o imprevisible», escribía John Lichfield en The Independent el 22 de diciembre1 . ¿Suena familiar? «Sin entrar en pormenores del Tratado de Versalles de 1919, es ampliamente aceptado que las condiciones impuestas al vencido pueblo alemán fueron un error de consecuencias trágicas», escribía Araceli Mangas, catedrática de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales el 6 de enero. «Pero no menos determinantes fueron el nacionalismo nazi y fascista, el totalitarismo comunista y […] la falta de representación de la Sociedad de Naciones»2 . En su último informe semanal de 2013, el equipo dirigido por Darío Valcárcel en Política Exterior calificaba de «inquietantes» los paralelismos entre las dos épocas. «Hoy, como entonces, las comunicaciones, el transporte, el comercio, la industria y la tecnología vivían/viven una edad de oro y, sin embargo, nada de ello impidió el estallido de la mayor guerra que había visto el mundo», escriben. «En 1914 las potencias hablaban de preservar su “honor”. Hoy, de su credibilidad y prestigio». Y añaden: «Todo ello debería servir de advertencia sobre la enorme vulnerabilidad del mundo ante los errores humanos, las catástrofes repentinas o simples accidentes. Pero, además, la conmemoración del centenario de la IGM [Primera Guerra Mundial] supone un asunto político delicado para la Unión Europea. Alemania, que no tiene planteado realizar grandes ceremonias públicas en 2014, ha propuesto convocar actos de recuerdoconjuntos con sus socios europeos. Ese objetivo parece inviable. Las conmemoraciones van a ser estrictamente nacionales»3 . «Las causas inmediatas del conflicto no deben confundirse con tensiones más profundas y arraigadas en las relaciones internacionales o en los asuntos internos de las naciones que condujeron a la guerra», explicaba el Financial Times en su editorial del 1 de enero4 . «Muchas semillas de la Primera Guerra Mundial se sembraron mucho antes de las matanzas en Sarajevo y, aunque tales actos de terrorismo son muy difíciles de evitar, tanto hoy como a comienzos del siglo XX, es esencial dar respuesta a las tensiones militares, políticas y económicas globales, y es responsabilidad de los gobernantes hacerlo de acuerdo con las normas internacionales aceptadas para asegurar una competencia ordenada entre Estados y pueblos»5 . «Otra lección», añadía la publicación, «es que las fricciones entre nacionalismos rivales, atizados por el orgullo, la ambición, la ignorancia y litigios históricos bien removidos, pueden generar guerras hoy igual que en 1914. Los riesgos son especialmente graves si el sistema internacional está en proceso de revisión por el surgimiento de nuevas grandes potencias y el declive relativo de las viejas. Hace cien años era Alemania la que buscaba su lugar bajo el sol a expensas del imperio británico. Hoy son, cada vez con más insistencia, China y los Estados Unidos». «Una tercera lección es la estupidez de ir a la guerra con el convencimiento de que será corta, barata y de consecuencias controlables. Tan equivocados han estado los políticos y generales que así lo creyeron en 1914, fiándose de las guerras limitadas para la unificación de Alemania e Italia, como Washington y Londres cuando invadieron Irak en 2003». «La lección final», concluye, «es que, si estalla la guerra, cuando termine se construirá una paz segura, algo que no se hizo en la Conferencia de París en 1919-1920»6 ni se está haciendo tras las principales guerras de hoy. Es probable que la Administración Obama se haga eco de algunas de estas lecciones en su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, que, de acuerdo con la ley Goldwater-Nichols de 1986, debe presentar al Congreso en 2014. Si en la de 2010 apostó por la retirada de Afganistán e Irak y por la adaptación de las cuentas del Pentágono a las prioridades de la reconstrucción nacional, en la nueva, con una economía recuperada de la crisis, se espera que desarrolle una verdadera estrategia integral de prevención de conflictos y de ciberseguridad para hacer frente de forma más eficaz a las nuevas guerras (este año ninguna interestatal) y a crisis como la provocada en 2013 por la publicación de numerosos documentos secretos de la NSA.Tipo de ítem | Biblioteca actual | Signatura | Copia número | Estado | Fecha de vencimiento | Código de barras |
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Libros | Biblioteca Central | 355.008 I/PE 2014 (Navegar estantería (Abre debajo)) | 1 | Disponible | BC23010171 |
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Analizar los cambios internacionales del último año y apuntar las tendencias inmediatas, objetivo principal de Panorama estratégico desde
su primera edición en 1996, puede parecer tarea fácil si se compara con
el estudio de las grandes convulsiones del último siglo, como la Primera
Guerra Mundial, de la que en este 2014 se cumple el primer centenario.
Esta fecha, los 75 años del comienzo de la Segunda Guerra Mundial y
los 25 años de la caída del muro de Berlín hacen de 2014 una oportunidad histórica para recordar lo mejor y lo peor del continente europeo,
especialmente el milagro del proceso de construcción supranacional en
el último medio siglo y las profundas divisiones que todavía existen para
coronar ese proceso y superar definitivamente los fantasmas del pasado.
A primera vista, es difícil encontrar algún paralelismo entre lo sucedido
en los meses previos al asesinato del archiduque Fernando en Sarajevo
el 28 de junio de 1914 y los hechos más destacados de 2013: el principio
del fin de la crisis del euro, la guerra en Siria, el golpe en Egipto, el cambio de liderazgo y las nuevas reformas en China, los preocupantes bandazos del nuevo dirigente de Corea del Norte, las disputas territoriales en
el mar de China Meridional, la dimisión de un papa, el tifón de Filipinas,
la muerte de Hugo Chávez, la reelección de Merkel y de Netanyahu, la
caída de Berlusconi, la recuperación de los mercados, viejos y nuevos
conflictos armados en un África que dijo adiós a Mandela, la intervención
francesa en Mali y la República Centroafricana con escasa ayuda internacional, el resurgimiento de la galaxia Al Qaeda en África y Oriente Medio,la continuación de movilizaciones ciudadanas contra sus Gobiernos desde Turquía a Brasil, pasando por Ucrania, o el conflicto entre libertad y
seguridad —privacidad o protección de la comunidad— provocado por la
filtración de documentos de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (NSA, en sus siglas en inglés).
Aunque la comisión presidencial de Obama aconsejó reformas en el sistema de espionaje y un tribunal federal consideró «posiblemente inconstitucional» la grabación indiscriminada y sin autorización judicial de millones de llamadas telefónicas de estadounidenses, el Departamento de
Justicia optó por recurrir cualquier fallo en contra y los responsables de
la seguridad cerraron filas en defensa del sistema.
Tras muchos de estos acontecimientos puntuales se divisan movimientos
en fallas tectónicas o alianzas que parecían inmutables: entre el Vaticano y los conservadores tras la elección del papa Francisco, entre Ryad y
Washington tras el pacto de los Estados Unidos con Irán, en la geopolítica
energética por el aumento de la producción de fuentes alternativas a las
de la OPEP y Rusia, entre los Estados Unidos y sus principales aliados por
el uso abusivo de su sistema de espionaje y de seguridad.
Tras las medidas de gracia y los nuevos atentados en Volgogrado en diciembre, el presidente ruso, Vladimir Putin, concentrado en salvar los
Juegos Olímpicos de Sochi, reconoció en su mensaje de fin de año que el
país «no puede seguir por esta senda», en referencia a la fuga masiva de
capitales y al refugio de las fortunas más importantes del país en paraísos fiscales para no pagar impuestos.
Las imágenes de caos en Irak, Siria, Líbano y otras partes del mundo
árabe en el umbral entre 2013 y 2014 parecían anunciar el final de mapa
regional diseñado en Sykes-Picot tras la Primera Guerra Mundial para
Oriente Medio y una carrera acelerada por ocupar los vacíos de poder
generados por la sacudida árabe y las nuevas prioridades estratégicas
de los Estados Unidos en Asia-Pacífico. Si nos atenemos a la versión más
antigua conocida sobre amigos y enemigos (el Arthashastra de Chanakya
o Kautalya), con tantos enemigos comunes en Siria, Irak, Líbano, Afganistán o Yemen lo más sorprendente de la aproximación entre los Estados
Unidos e Irán en 2013 es que hayan tardado tanto y no vayan todavía más
lejos en su reconciliación.
No hay medio ni dirigente con influencia, sin embargo, que no encuentre
en los sucesos que desembocaron en la primera guerra total de la humanidad hace cien años similitudes, diferencias, luces y sombras dignas
de tenerse en cuenta en el mundo de hoy. ¿Se está comprendiendo y respondiendo mejor que entonces al terrorismo y al nacionalismo? ¿Está Europa preparada para rupturas de algunos de sus Estados más antiguos,
como, potencialmente, se asume en un referéndum como el de Escocia
o el que pretenden los independentistas catalanes en España? ¿Estánatendiéndose de forma más responsable y eficaz para la seguridad y la
estabilidad internacional las demandas crecientes de los ciudadanos de
un liderazgo más democrático y transparente que el que todavía sufre
una parte significativa de los habitantes del planeta?
¿Se está gestionando mejor, acaso, la sensación dominante en las nuevas generaciones de que los tiempos de bonanza económica apenas les
compensan y son, en cambio, las principales víctimas cuando llegan la
crisis y la austeridad? ¿Cómo sorprenderse de que muchos de ellos vean
en la revolución tecnológica y en los nuevos medios de comunicación
herramientas para desahogar su frustración contra quienes gobiernan,
independientemente del régimen político?
«Por encima de todo, en 1914 se había impuesto la opinión de que la
explosión de nuevas tecnologías y una distribución muy desigual de la
riqueza estaban transformando el viejo orden de un modo incontrolable o
imprevisible», escribía John Lichfield en The Independent el 22 de diciembre1
. ¿Suena familiar?
«Sin entrar en pormenores del Tratado de Versalles de 1919, es ampliamente aceptado que las condiciones impuestas al vencido pueblo alemán
fueron un error de consecuencias trágicas», escribía Araceli Mangas, catedrática de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales
el 6 de enero. «Pero no menos determinantes fueron el nacionalismo nazi
y fascista, el totalitarismo comunista y […] la falta de representación de la
Sociedad de Naciones»2
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En su último informe semanal de 2013, el equipo dirigido por Darío Valcárcel en Política Exterior calificaba de «inquietantes» los paralelismos
entre las dos épocas. «Hoy, como entonces, las comunicaciones, el transporte, el comercio, la industria y la tecnología vivían/viven una edad de
oro y, sin embargo, nada de ello impidió el estallido de la mayor guerra
que había visto el mundo», escriben. «En 1914 las potencias hablaban
de preservar su “honor”. Hoy, de su credibilidad y prestigio». Y añaden:
«Todo ello debería servir de advertencia sobre la enorme vulnerabilidad
del mundo ante los errores humanos, las catástrofes repentinas o simples accidentes. Pero, además, la conmemoración del centenario de la
IGM [Primera Guerra Mundial] supone un asunto político delicado para
la Unión Europea. Alemania, que no tiene planteado realizar grandes
ceremonias públicas en 2014, ha propuesto convocar actos de recuerdoconjuntos con sus socios europeos. Ese objetivo parece inviable. Las conmemoraciones van a ser estrictamente nacionales»3
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«Las causas inmediatas del conflicto no deben confundirse con tensiones
más profundas y arraigadas en las relaciones internacionales o en los
asuntos internos de las naciones que condujeron a la guerra», explicaba
el Financial Times en su editorial del 1 de enero4
. «Muchas semillas de la
Primera Guerra Mundial se sembraron mucho antes de las matanzas en
Sarajevo y, aunque tales actos de terrorismo son muy difíciles de evitar,
tanto hoy como a comienzos del siglo XX, es esencial dar respuesta a las
tensiones militares, políticas y económicas globales, y es responsabilidad de los gobernantes hacerlo de acuerdo con las normas internacionales aceptadas para asegurar una competencia ordenada entre Estados
y pueblos»5
. «Otra lección», añadía la publicación, «es que las fricciones
entre nacionalismos rivales, atizados por el orgullo, la ambición, la ignorancia y litigios históricos bien removidos, pueden generar guerras hoy
igual que en 1914. Los riesgos son especialmente graves si el sistema
internacional está en proceso de revisión por el surgimiento de nuevas
grandes potencias y el declive relativo de las viejas. Hace cien años era
Alemania la que buscaba su lugar bajo el sol a expensas del imperio británico. Hoy son, cada vez con más insistencia, China y los Estados Unidos».
«Una tercera lección es la estupidez de ir a la guerra con el convencimiento de que será corta, barata y de consecuencias controlables. Tan
equivocados han estado los políticos y generales que así lo creyeron en
1914, fiándose de las guerras limitadas para la unificación de Alemania e
Italia, como Washington y Londres cuando invadieron Irak en 2003». «La
lección final», concluye, «es que, si estalla la guerra, cuando termine se
construirá una paz segura, algo que no se hizo en la Conferencia de París
en 1919-1920»6
ni se está haciendo tras las principales guerras de hoy.
Es probable que la Administración Obama se haga eco de algunas de
estas lecciones en su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, que, de
acuerdo con la ley Goldwater-Nichols de 1986, debe presentar al Congreso en 2014. Si en la de 2010 apostó por la retirada de Afganistán e Irak
y por la adaptación de las cuentas del Pentágono a las prioridades de la
reconstrucción nacional, en la nueva, con una economía recuperada de
la crisis, se espera que desarrolle una verdadera estrategia integral de
prevención de conflictos y de ciberseguridad para hacer frente de forma
más eficaz a las nuevas guerras (este año ninguna interestatal) y a crisis como la provocada en 2013 por la publicación de numerosos documentos
secretos de la NSA.
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